Quien visite el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) se encontrará con la necesaria, potente y testimonial muestra “Marta Minujín – Obras 1959-1989”, que inauguró el 26 de noviembre y estará hasta el 7 de febrero de 2011. A partir de esta retrospectiva, es posible comprender la complejidad del Universo Minujín, cuya curadora invitada, Virginia Noorthoorn, eligió el recorte de 30 años.
De los primeros años, podremos observar desde sus pinturas informalistas hasta ambientaciones multicolores, trabajando con la bidimensionalidad y texturas minerales que dan muestras de una inminente evolución. Aquí la artista incorpora pequeños fragmentos en sus cuadros que luego la llevarán a trabajar con cajas de cartón. Este primer período, que va de 1959 a 1964, es una etapa de investigación, vorágine, desmesura, exageración y movimiento, sello distintivo de Marta Minujín en toda su producción. Luego, pasamos a la experiencia de la artista en 1966 con los medios de comunicación, a su momento hippie en 1968, a sus óperas ficcionales de 1972, a sus proyectos que tuvieron la capacidad de realizar una crítica inteligente sobre la realidad latinoamericana a fines de los ’70, para luego avanzar sobre proyectos de participación masiva en los ’80 y a sus esculturas facetadas e inigualables, las cuales intentan captar todos los niveles de lo que llamamos realidad.
Apenas ingresamos a la muestra, observamos recortes de prensa y filmaciones que dan cuenta de las distintas acciones culturales realizadas por Minujín. Las mismas transmiten una energía participativa que brindan con claridad su primera intención y que es la de quitarle rigidez al arte y compartir su esencia. Basta con mencionar obras como “¡Revuélquese y viva” de 1964, donde los asistentes podían recostarse en los colchones o “El Partenón de libros” de 1983, conformado por libros prohibidos durante la dictadura, cuya finalidad fue celebrar el regreso de la democracia con su deconstrucción pública y al aire libre por parte del público asistente. Esto nos habla de una excepcional honestidad artística, en donde nos ofrece, una y otra vez, su corazón desnudo.
El arte argentino enriquece su propia historia con Marta Minujín. Su deliberada experimentación y su concreción en transformar lo “tradicionalmente” académico en “arte de todos y para todos”, son dos de los puntos más relevantes de su accionar artístico. Ella le da el aire necesario, la fuerza y la juventud que hoy mismo siguen irradiando sus obras. Por este motivo, su influencia en el arte argentino contemporáneo es innegable. Será copiada, imitada, criticada, odiada, subestimada, sobreestimada, venerada, amada: todo al mismo tiempo. De lo que sí estamos seguros, es que Marta Minujín –mito viviviente, reencarnación pura del arte– continúa marcando el ritmo de nuestra modernidad, porque –sin temor a equivocarnos– es la Diosa Argentina del Arte Pop.
Enrique Solinas
No hay comentarios:
Publicar un comentario